sábado, 30 de enero de 2010

Vivir en tiempos de Twitter

La vida en estos tiempos corre frenética, imparable, en tiempo real como suelen decirnos los tecnólogos entusiastas que nos someten a este ritmo apabullante con seductores soportes y aplicaciones a los que resulta difícil resistirse. Google se enfrenta a Europa por poseer la biblioteca virtual más grande del mundo, a la fecha se ufana de tener diez millones de libros digitalizados (entre ellos El Quijote en una edición de 1865); Intel por su lado, nos acaba de presentar al chip más veloz de todos los tiempos. Nosotros los consumidores, cada día queremos un soporte que sea más rápido que el anterior, más pequeño, portable y que amalgame diversas funciones al mismo tiempo, lo que los expertos denominan convergencia tecnológica. Ante esta carrera me pregunto ¿Acaso podremos seguirle el paso a la innovación?

En este mundo imparable hallamos una de las aplicaciones más controversiales de los últimos años que a manera de madre enfurecida con el hijo rebelde, nos somete con la pregunta ¿Que estás haciendo ahora? y a la que obedientes debemos responder en no más de 140 caracteres. Me refiero a Twitter, una atractiva red social construida por seguidores quienes oscilan entre el peso y la levedad parafraseando a Milan Kundera. Por un lado, los los twitteros retan sin reparo a dictaduras desde Irán hasta La Habana, diciendo al mundo lo que la autocracia y los medios locales quieren ocultar, ensanchando las posibilidades de denunciar lo injusto y retrógada y provocar de inmediato, el reproche y la condena internacional.

En contraparte, en el plano de la levedad, permite enterarnos y enterar a nuestros seguidores si ya hemos desayunado o estamos viendo un partido de futbol, pues no caben más allá de 140 caracteres. Es decir rápido, instantáneo, efímero como todo en esta era de la fugacidad, en la que no hay cabida para 141 caracteres.
Hace unas semanas leía con cierto azoro que la aplicación ofrece a creyentes llevar plegarias al muro de las lamentaciones a la ciudad santa de Jerusalem. Si alguno de ustedes quiere enviar un tuit con su petición, háganlo, pero ya sabe que no puede explayarse demasiado, quizá a Dios también le aqueje el mal de esta era y le responda: No tengo tiempo de más de 140 caracteres.

En el mundo de la información, Twitter se ufana de haber tenido testimonios del devastador terremoto en China de 2007, antes que la CNN y desde entonces, los medios de información han adoptado esta aplicación, que tuvo la osadía de correr más rápido que ellos a un ritmo implacable, dando escaso margen al periodismo riguroso, exacto y de contexto, pero hay que informar rápido, pues los profesionales urbanos que corren de una junta a otra con su Blackberry o un Iphone no tienen tiempo para detenerse a leer un diario que además, le ensucia las manos.

He aquí una de las paradojas de nuestra sociedad digital a la que quiero dedicar estas líneas para reflexionar con ustedes: todo corre a una velocidad imparable, la abundancia de información es delirante pero resulta que no tenemos tiempo para digerirla, pensarla, mucho menos para disfrutarla.
El contenido de una semana del New York Times, nos dice la investigadora Laura Siri, tiene más información que la que una persona adquiriría a lo largo de su vida en el siglo XVIII. Un estudio de la consultora IDC ( The expanding digital universe) http://www.emc.com/collateral/analyst-reports/expanding-digital-idc-white-paper.pdfseñala que en 2006, la información digitalizada fue tres veces mayor que la de todos los libros escritos y que la información digital creada, capturada y replicada en ese año, fue superior a la que se forjó en los cinco mil años anteriores.

Pensemos en el contenido de un I Pod de 16 GB que guarda unas 3 mil canciones, lo que equivale a 150 horas, o bien a unos cuatro días suponiendo que estuviésemos escuchando nuestros archivos musicales sin tregua. Le pregunto a mis alumnos: ¿Las escuchan todas?, son más los que dicen no, pero a aquel que reconoce hacerlo, le acoto la pregunta y le digo: ¿disfrutas toda esa música? y luego de un silencio, reconoce que no, a veces, dice tímido ¡no sé ni cuál acabo de escuchar, pues hago muchas cosas al mismo tiempo!

Como muchos de ustedes, tengo cientos de ligas extraordinarias en marcadores sociales a los que me adherí compulsivamente hace un par de años. Mi lap sin duda es más instruida que su dueña, la que esto escribe, pues no he tenido tiempo de leer cuento he guardado, cuanto he compartido y todo a cuanto me he suscrito. Los mejores diarios, las mejores revistas, los videos, los podcasts, yacen en mi Del.icio.us esperando a ver cuando tengo tiempo de abrirlos.

El derroche de información acelerada que nos ocupa el tiempo libre, el tiempo de trabajo, el tiempo de la vida, está en tensión con la naturaleza humana. ¿Acaso no decimos los profesionistas hasta el cansancio: no tengo tiempo? Al individuo contemporáneo, sobre todo quienes vivimos en ciudades grandes agobiadas de muchos males, lo caracteriza la escasez del tiempo y la paradoja insalvable en esta era: tiene al momento toda la información que jamás hubiera imaginado, pero sin tiempo para aprehenderla.
Jacques Attali en su formidable libro Breve historia del futuro describe así a los hombres y mujeres de la era Internet en el año 2046:
“A pesar de este tiempo forzado, muchos caerán en la cuenta de que nunca tendrán tiempo para leerlo todo, oírlo todo, verlo todo, aprenderlo todo: como el saber disponible se duplica ya cada siete años, y en 2030 se duplicará cada 72 días, el tiempo necesario para mantenerse informado. Aprender, llegar a ser y mantenerse empleable se incrementará a la par. Lo mismo ocurrirá con el tiempo para cuidarse y entretenerse, no cambiará sin embargo, el tiempo necesario para dormir o amar”. (J. Attali. Breve Historia del futuro. 2007: 138)

No se trata de un libro de ciencia ficción, sino de un brillante ejercicio de economía prospectiva con base a lo que tenemos hoy y que de seguir así, condicionará nuestro futuro irremediablemente.

Así como las posibilidades que ofrece la tecnología para mejoramiento de la salud, para la productividad y la comunicación sin delimitaciones físicas, la velocidad de todo y para todo en la era digital reta nuestra naturaleza, por ello considero que no estaría mal detenernos por momentos y que sean los chips los que corran desaforadamente en su su frenética levedad.
Que conste que la que esto escribe sucumbe con frecuencia a la innovación y al consumo de irresistibles soportes.

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